Doblamos
el ecuador de la Semana Santa sin haber reparado en lo irremisible de la cuenta
atrás. La calle Feria se olvida de aquellas salidas de vísperas. La hermandad
del Carmen Doloroso ya no es ni
siquiera la más joven de la nómina de la Semana Mayor. Poco a poco va
encontrando su sitio, su personalidad, y eso se traduce en escenarios realmente
destacables. La tarde invita a ver El Buen
Fin en San Lorenzo, a la ida, siendo el regreso en el mismo emplazamiento,
mucho menos concurrido, otra de las obligaciones de hoy. También puede llevarle
en busca de La Lanzada por las abarrotadísimas
calles de su recorrido inicial. Si la noche no le lleva a otros escenarios, la
entrada en San Martin es sumamente recomendable.
Pero si
no pudo o quiso esperar al comienzo de la tarde, tuvo faena desde bien temprana
hora. Desde Nervión, la Sed, con su
emotivo recorrido por las calles cercanas a su parroquia, más repletas de público
a la salida que a la entrada, pero muy recomendable es verla transitar
refugiada entre las primeras sombras del día, en plena calle Santiago. A San
Bernardo cuesta trabajo no ir a verla a su barrio: bien primera hora de la
tarde, antes de que gane el puente, bien de regreso por el mismo, iluminada la
escena por los focos de los bomberos. Quédese con los que mejor encaje. Si las circunstancias
lo imposibilitan, vaya a esperarla en la Plaza de la Alfalfa y acompáñela por
las calles dl barrio de Santa Cruz.
El Baratillo es tarde y noche de ‘no hay
billetes’. Cuesta trabajo encontrar un hueco en el que apostarse para
esperarla, y máxime en las cercanías de la capilla, da igual a la salida que a
la entrada… Comodidad relativa en la Plaza del Triunfo y poco más. Igualmente
concurrida es la entrada del Cristo de
Burgos, especialmente desde la Alfalfa hasta el templo. Los panaderos, por su cercanía a la
campana, casi obligan a elegir un punto del camino de regreso de la catedral,
bien en la comodidad de la Plaza del Salvador o en las apreturas de su tardía
pero abarrotada entrada. Y para las Siete
Palabras, nada mejor que las inmediaciones de su templo, entre el perfume
de los naranjos de San Vicente. Casi o se cabe a la salida o en Alfonso XII y
se paladea cadenciosamente en los últimos metros de su recorrido.